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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Crítica. Hara-Kiri (2011)

A decir verdad, no puedo decir que conozca mucho la trayectoria de Takashi Miike, director de Hara-kiri (2011). Es la tercera película suya que veo, 13 Asesinos (2010) y otra, Llamada perdida (2003), que ni recordaba hasta que he  repasado su filmografía. Esta última una película de terror juvenil que tuvo alguna que otra secuela. Con Hara-Kiri, continúa la trayectoria iniciada con 13 asesinos, estando las dos ambientadas en la época medieval japonesa, y siendo las dos sendos remakes de películas homónimas. En el caso de Hara-Kiri (1962) con excelentes críticas.


Podría decirse que la línea argumental de la película gira en torno al honor, o más bien la ausencia de él.

Hanshiro Tsugumo, samurai venido a menos, empobrecido y sin señor, lo que en la cultura japonesa se conoce con el nombre de Ronin, acude al amparo del clan dominante de la ciudad para solicitar que le permitan practicar el ritual del suicidio, Hara-kiri, en su castillo, con el fin de tener una muerte con dignidad, tal y como se debería merecer un verdadero Samurai.

A partir de ahí se desarrolla la trama de la película. Y lo que inicialmente podría parecer que se va a convertir en una venganza y en una película japonesa al uso de batallas y luchas hasta puntos sangrientos (sin ir más lejos la anteriormente mencionada 13 Asesinos), termina siendo una historia triste, en la que el personaje principal cuenta en diversos flash-backs la decadente historia de su familia (hija, cuñado y nieto), y como le ha llevado a postrarse ante el jefe del clan para practicar el Hara-Kiri, describiendo la angustia con la que viven y las penurias que pasan. Y lo hace con crudeza, sin sentimentalismos. En una escena de la película tiene que ir reparando los mamparos de las ventanas de su casa con papeles para impedir que entre el aire ante la llegada del invierno y durante toda la película deambula con un kimono raído, contrastando con los kimonos inmaculados que portan los samurais del clan y que a él mismo le ofrecen pero rechaza en un alarde último de dignidad.

Durante toda la película y en especial en la parte final, Takashi Miike, trata de desmitificar el simbolismo del honor, tan arraigado en la cultura japonesa, pretendiendo dar una lección de humildad a quienes lo tienen en tan alta estima, aunque quizás no lo realiza de la forma contundente que se podría esperar. 

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